Comer no es un hecho meramente fisiológico cuya única finalidad es cubrir los requerimientos nutricionales y asegurar la supervivencia del individuo. La conducta alimentaria forma parte del conjunto de factores culturales, sociales, psicológicos, religiosos, económicos y geográficos que integran un determinado grupo social. Existen unos motivos biológicos relacionados con los mecanismos de hambre y saciedad, que explican parte del comportamiento de ingesta en el ser humano, pero además las emociones también condicionan sustancialmente este comportamiento humano.
Comemos para sentirnos bien emocionalmente
Ante la sensación de hambre, la sola ingesta de una comida puede alterar el humor y las emociones reduciendo el nivel de activación y la irritabilidad, al tiempo que incrementa la calma y el afecto positivo. Un alimento rico en energía, como el azúcar o la grasa, puede provocar respuestas emocionales afectivas positivas; al contrario, alimentos con componentes amargos producen emociones negativas y rechazo. Para que tenga lugar esta respuesta, ha de valorarse el alimento de forma afectiva. En este sistema de valoración emocional interviene la amígdala, que participa en la conducta alimenticia y en la emoción. La información llega a esta área por dos vías: una rápida, que permite decidir inmediatamente si aquello que ingerimos es bueno o no para nosotros por sus características físicas; y otra más lenta, que proviene de la corteza cerebral y contiene más información sensorial.
Las emociones afectan a la alimentación dependiendo de la motivación para comer.
Ante una situación de estrés sostenido, la corteza suprarrenal secreta glucocorticoesteroides (hormonas que estimulan la formación de glucosa a partir de proteínas principalmente). Estos últimos, junto a la insulina, estimulan el impulso e ingestión de alimentos placenteros o confort. Lo que es más grave es la asociación encontrada en adolescentes entre estrés y reducción de ingesta de frutas, vegetales, y probabilidad de desayuno diario, que es independiente del género, el peso corporal, el nivel sociocultural, y la etnia. Así, el estrés, puede suponer un riesgo en el establecimiento de una dieta no sana. Algunos utilizan la alimentación como una forma de reducir el estrés en emociones negativas. Cuando se lleva una dieta restrictiva autoimpuesta, existe la presencia de una emoción negativa, que exige la emisión de una conducta urgente, la reducción del estrés conlleva el abandono circunstancial de la dieta. Se ha planteado que esta falta de control se debe a una limitación en la capacidad cognitiva, donde la atención sobre la dieta se desvía por un estímulo urgente.
Cuidar tu salud física no significa descuidar tu salud emocional ni mental.
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